Hoy os queremos explicar que no tiene nada que ver que tu hijo o hija tenga más o menor juguetes, o que tenga más o menos acceso a productos, servicios, compras, etc., con la buena o mala educación. El sentido de la educación no es prohibir, sino ayudarles a comprender, comprender cuál es el funcionamiento de la sociedad.

Algunos hablan de la cultura del esfuerzo, otros dicen que es la recompensa al trabajo, pero a mí me gusta más llamarlo la tolerancia a la frustración, que viene de un compañero que en su momento siempre nos decía, tolerancia a la incertidumbre. Y tiene que ver más con el que en la vida nadie tiene todo lo que quiere, y menos de forma gratuita. Así como que en la vida nadie puede retener todo.

Estamos ahora mismo, gracias a la abundancia en los servicios y los bienes, educando en una sociedad del consumo rápido, del consumo en el “aquí y ahora”, y eso se transmite a todos los valores que debemos o queremos dar a nuestros hijos/as, para hacer su constructo social, y que en un futuro ellos sean los reproductores y productores sociales. Y nos sorprende que al final, esos valores lo estén transportando a todos los ámbitos propios, y con mucho peligro, a sus relaciones sociales y de pareja.

Amigos/as o parejas de usar y tirar, como un pañuelo de papel, relaciones sociales y relaciones personales de barra, o de fin de semana. La idea de un yo solitario, que debe de estar por encima de la propia sociedad, un yo que tiene todas sus necesidades y todos sus derechos cubiertos, sin tener que pagar por ello, sin tener que luchar y ganarlo. Pero el precio es más alto del que pensamos, la sociedad está pagando un gran precio por esta educación, falta de esfuerzos, y falta de tolerancia.

En alguna ocasión he reflexionado sobre este fenómeno que nos está comiendo ya, y que cada vez es más latente y visible, y siempre he dicho que es un reflejo del Capitalismo, en la sociedad, y más concretamente en las relaciones sociales y relaciones de pareja.

Sin darnos cuenta, tanto los movimientos de derecha, como los movimientos de izquierda nos han ido inculcando la necesidad del Yo, por encima de la necesidad del conjunto de “yoes”, los derechos individuales, por encima de derechos sociales, la necesidad de defender lo mío, por encima de defender lo común, y realmente está bien, y creo que es necesario, pero siempre hacia una sociedad construidas en valores, una sociedad con principios.

Vemos y observamos como nuestros pequeños, o nuestros jóvenes, allá donde van, se piensan que casi todo les pertenece, y si no les pertenece, piensan que pueden obtenerlo sin el mayor esfuerzo, que pueden tenerlo con un simple gesto, o quizás una rabieta, y cuando en un momento determinado alguien le niega algo, ya no es culpa suya, sino del entorno de la sociedad, de que le tienen más o menos manía, o quizás de la conjura de astros en contra de su persona.

Observar algún día a nuestros pequeños o jóvenes, la cantidad de servicios y bienes a su disposición, y siguen pensando en tener más, no juegan con lo que tienen, en su ansia de poseer lo que no tienen, y todo ello dentro de una competitividad voraz de padres, madres, tíos y tías, abuelos y abuelas, en pro, del ego del niño/a. Ser mejor es darle más, obtener su cariño a base de que le demos cosas. (Desgraciadamente se oyen frases muy imperativas). “Quieres ganártele, dale un regalo” “Como no voy a regalarle algo, pensará que no le quiero” o “Es que no vas a gastarte dinero para tu…”

Y cuando tienen 18 años nos sorprende que no sepan querer a sus padres, madres, abuelos, abuelas, etc., mientras durante todos u proceso de educación les hemos enseñado que se debe querer por la calidad y cantidad de regalos. Cuanto tienen 18 años nos sorprende que su cuerpo, sea un juguete, y que no le den importancia, y lo gasten, como el juego de la videoconsola. Tenemos la sociedad que nos merecemos como “pueblo”.

Por cierto, es más barato regalar, que educar. Por eso lo hacemos.