Hoy me gustaría hablaros de lo bonito que es nuestro trabajo, ayudar a la gente y en última instancia transforma el mundo un poquito para mejor.

Muchas veces los profesionales que trabajamos en lo social o mejor dicho, en lo sociosanitario nos «obsesionamos» con los objetivos que debemos conseguir o ayudar a conseguir a las personas con las que trabajamos y muchas veces el bosque no nos deja ver los árboles.

Y es que a veces para ayudar a alguien no hace falta hacer todo lo que creemos que esa persona necesita, basta con hacer un poquito, la simple mejoría de cualquier aspecto puede suponerle a la otra persona un mundo entero, y es que a veces con menos de lo que creemos que podemos ayudar ayudamos. Hoy me ha venido esto a la mente recordando a las personas con las que trabajamos, las cuales suelen tener unas situaciones bastante complejas y que se agravan por esa soledad no deseada que se cronifica. Como profesionales rápidamente se nos ocurren cientas de formas de intervenir en cada caso y otras tantas medidas y acciones que podemos implementar para que la situación mejore, la cosa es que, muchas veces se nos olvida que el mero hecho de visitar a esa persona que vive sola, que no sale a pasear o que las circunstancias la han obligado a recluirse en su casa; hacerle compañía, charlar con ella y ver como se ríe con los chascarrillos, como se vuelve a llenar de ganas de hacer cosas y ves esa luz de nuevo en los ojos te das cuenta de ello, «muchas veces la recompensa es el propio trabajo».